De rodillas frente la capilla, el
rostro bajo y los hombros tensos. El uniforme militar y las insignias evitaron
que se acercaran a preguntarle si se encontraba bien. Sus manos cruzadas en la
espalda se aferraban con fuerza a la gorra, sus nudillos blancos y si se miraba
de cerca podía notarse que temblaba.
El soldado rezaba, pedía paz a un dios
que sentía que le había abandonado. Aunque tal vez fue él quien lo abandonó.
Como había hecho con todos, con todo; el precio a pagar por una vida de honor y
dedicación. Estaba a un paso de rendirse, de dejar que la vida que había
escogido finalmente acabase con él.
—Dios, dame fuerza —rogó alzando la
mirada a la figura al centro de la capilla. Lágrimas corrían por sus mejillas.
—Dame voluntad para terminar con esto y regresar a casa… solo quiero regresar.
Se persignó, se levantó mandando una
plegaría más y tras ello se volvió para salir con pasos pesados.
La gente en las bancas lo miraron casi
con tristeza, sabían bien que muchos de los militares de la zona tendían a
llegar a la capilla antes de un gran enfrentamiento. Jóvenes y viejos, todos
buscando fuerza para lo que tuvieran que hacer. Incluso aquellos que no tenían
una fe especial parecían necesitar creer en que había alguien cuidándoles y
cada uno de los testigos de esos ruegos ansiosos, tomaban tiempo de sus
plegarias para pedir por ellos.
Porque vivieran, porque murieran…
porque tuvieran un poco de paz.
La mochila sobre el hombro, las placas
tamboreando contra su pecho en cada paso, la chaqueta militar apoyada contra el
hombro libre y gafas oscuras protegiendo su rostro. Botas, jeans azules y
playera corta blanca que dejaba ver un par de tatuajes en cada gran antebrazo
moreno.
Las pocas personas que pasaban por la
carretera de terracería se habían sorprendido, pero no le habían ofrecido
llevarle, pues no tenían idea de quien se trataba. Lo cierto es que se pusieron
nerviosos con la solitaria presencia, las últimas semanas se habían reportado
un par de asesinatos que nadie creía que fueran al azar y con el extraño
apareciendo de la nada, solo ponía a todos nerviosos.
—Parece un militar en reserva
—mencionó la señora Williams mientras tomaba un par de frascos de conserva del
aparador. —Que yo recuerde ninguno de nuestros jóvenes, al menos de esa edad,
fue destinado a combate.
Tom asintió recibiendo el frasco y
agregándolo al listado de la compra. Era muy raro que viniera algún forastero a
su pequeño pueblo costero, pero más que nada, era muy raro ver a un
oficial/militar tomando sus vacaciones en esa zona. Si, tenían el mar a pocos
kilómetros, pero nunca habían sido particularmente un centro turístico de
ningún tipo. Eso sin mencionar que todos los que habían llegado a su tienda
decían que el militar para nada les parecía alguien que viniera a vacacionar,
por el contrario, parecía alguien cargando algo más pesado que una maleta.
—Tal vez tiene algún familiar
—elucubró pensativo viendo hacía la calle principal. —No creo que alguien viaje
tan lejos para disfrutar de nuestra feria de tartas.
La mujer mayor se carcajeó.
—¡Oh Tommy, eres gracioso! —Le palmeó
la mano luego de pasarle el efectivo de sus compras.
Tom sonrió.
—¡Es cierto! —se quejó con humor.
Ella negó con una risa mientras tomaba
el cambio y sus bolsas. Tom la vio irse con una ligera sonrisa, se apoyó en el
mostrador y siguió viendo hacía la entrada de su pequeño pueblo. Estaba curioso
por saber más de ese extraño, pero no creía que fuera a llegar al pueblo, al
menos no en un par de horas a menos que alguien se compadeciera y lo llevara.
Diez años habían pasado de la última
vez que estuvo frente a esa casa, en aquel entonces había sido un chico de
dieciocho años muy enojado. Había estado lleno de coraje, listo para lanzar el
primer golpe a quien se atreviera a retarlo. No había sido su culpa, no cuando
terminó frente a esa casa luego de recibir una de las peores palizas de parte
de su padre; lo cierto es que había estado listo para una pelea, odiando a
todos y a sí mismo, curioso que esto lo había terminado llevando a toda una
vida en la milicia.
El sonido de un arma siendo cargada lo
hizo salir de sus pensamientos. Se volvió hacía la puerta encontrándose con una
figura algo encorvada sosteniendo una escopeta.
—No sé quién eres, pero lo que busques
no lo vas a encontrar aquí.
Sus ojos apacibles se movieron sobre
la figura. Los cabellos que una vez fueron negros ahora estaban prácticamente
blancos en su típico moño, los ojos azules seguían manteniendo suspicacia,
aunque su rostro estaba lleno de arrugas. Shorts, una camiseta y pantuflas
rosas. Su abuela era tan atípica que en otras circunstancias sería gracioso.
No tenía miedo de la escopeta, la
experiencia de una vida llena de violencia pesaba sobre sí. Comenzó a caminar
para acercarse y que ella pudiera verle, desde hace mucho había aprendido a
notar cuando alguien realmente quería matarle y su abuela no tenía esa
intensión, al menos, no aún.
—¡Te he dicho que no hay nada aquí
para ti, hijo! —gritó colocando el culo de la escopeta contra su hombro para
apoyo y tomaba con fuerza el arma para apuntar.
Fue casi gracioso ver como su abuela
se preparaba para dispararle, pero no era momento para comentarlo o burlarse de
su suerte, se detuvo y alzó las manos para mostrarse indefenso. ¿Cuántas veces
había estado al otro lado? Ni siquiera podía contarlas, era casi irónico que
ahora fuera él quien pidiera por su vida.
—Si me disparas no creo que se pierda
nada, pero seguro no podrás vivir con ello —comentó quitándose los lentes y
moviéndose lo suficiente para que la luz de dentro de la casa iluminara su
rostro.
Los ojos de su abuela se desorbitaron
mientras lo miraba incrédula.
—Maximilian.
Hizo una mueca triste mientras tiraba
de sus placas viéndolas casi con tristeza.
—Es curioso, hace tanto que he sido el
oficial Carson… incluso sargento Carson. —Miró con curiosidad como su abuela
dejaba la escopeta en la banca de la entrada y bajaba casi corriendo hacía él.
Sus delgados brazos lo rodearon, murmurando una y otra vez su nombre. Cerró los
ojos y respiró su perfume. —Por años he sido oficial Carson, es… se siente bien
escuchar mi nombre sin rango.
Ella se apartó para tomar su rostro
entre sus cansadas manos. Sus ojos llenos de lágrimas que se derramaban de a
pocos.
—Finalmente… tanto tiempo, finalmente
estas… estas en casa.
Me gusta me encantaria seguir leyendola
ResponderEliminarBuen comienzo quiero ver de qué trata espero que pronto lo actualices, gracias por compartir
ResponderEliminarMaravilloso Cele, menuda sorpresa me he llevado, espero que la sigas porque promete, besitos!!
ResponderEliminarMe encato ❤❤
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