¡Hola! Tal parece que el mes terminó venciéndome u.u Bueno... era algo que me imaginaba, pues no había tenido mucho tiempo, menos con el final de semestre... Pero... Aunque no logré avanzar mucho para seguir con el NaNo, logré avanzar para comenzar a compartirlo con ustedes :D
Entonces... No he avisado en ninguna parte, posiblemente lo haré en estos días... Tal vez ;D Ya saben... quienes dejen su marca en todos los capítulos...
Saluditos, nos estamos leyendo ;D
Capítulo Uno
El viento soplaba amablemente,
meciendo las hojas de los arboles y los cabellos de los pocos que preferían
admirar a su diosa iluminando la noche que dormir. Las noches en Visnah, en
verano, eran siempre un digno espectáculo. Las olas golpeaban contra la arena, el
sonido de los animales nocturnos daba un toque de paz que hacía que todos
recordasen porque ese lugar era un paraíso.
Los cielos claros, el ambiente
tranquilo y pacífico. La capital Emerald de Visnah era uno de los lugares más
tranquilos de todo el reino, también el centro de los poderes del reino, donde
podían encontrarse desde hechiceros hasta los mejores guerreros bestia.
Un lugar digno para tener una
vida lejos del escandalo del reino de Zimah, donde el comercio hacía que esa
capital fuera de las más concurridas y escandalosas. Claro que Zimah también
tenido su lado bello, grandes montañas y aguas termales, gente trabajadora y
grandes hechiceros y luchadores que se concentraban en proteger sus territorios.
Zimah era un bello lugar para
vivir, para obtener dinero y tener propiedades. Un lugar lleno de gente, de escándalo
y diversiones. Pero Zimah nunca sería Emerald y eso era algo que el príncipe Eiríni
sabía muy bien, mientras contemplaba las casas silenciosas a orillas del mar
desde su vista preferida en el acantilado. Podía contemplar a su pueblo
dormido, seguro de que muchos aún estaban comentando expectantes de los
acontecimientos de la mañana siguiente.
La primera boda real entre reinos en siglos. Los dos
reinos principales del Norte finalmente habían formalizado una alianza y está
se llevaría a cabo gracias a la unión entre los príncipes de ambos reinos.
Eiríni haría lo que fuera por
mantener la paz para su gente, incluso sacrificar su libertad al lado de un
engreído príncipe. El mismo que solo deseaba tomarlo como consorte para poder regodearse
de haber desposado al que se había negado para muchos. Era una humillación y Eiríni
quería poder librarse del compromiso para mostrarle lo poco que era en realidad,
pero sus manos estaban atadas.
Visnah necesitaba la unión con
Zimah, aunque eso hiciera que el príncipe y heredero Eiríni tuviera que
entregarse a un arrogante y desalmado. La necesidad de protección había
orillado a muchos reinos a recurrir a uniones matrimoniales, un conflicto que
hacía a muchos infelices, pero que era claro que no podían seguir negándose a
aceptar.
Las naciones debían unirse si
querían sobrevivir.
Nunca había deseado tener un
matrimonio en tales circunstancias, tampoco había soñado con tener que
pertenecer a un hombre atroz. Si realmente desease unirse solo había alguien a
quien se entregaría gustoso, aunque siempre quiso más que ser un consorte, más
que criar niños y mantener apariencias.
Sus ideales siempre habían
sido más aventureros que tradicionales.
—Estar solo no arreglara los
problemas, mi príncipe —murmuró una voz a su espalda.
Respiró profundo intentando
llenarse de calma, no estaba sorprendido por la repentina compañía, ese era
después de todo el lugar favorito de ambos. Además, su guardián tenía razón,
nada ganaba con poderse a pensar en su maldita suerte o en lo desdichado que
sería con sus futuras nupcias. Las cosas seguirían de la misma manera y por más
que su padre intentase convencerse y convencerlo de que el príncipe de Zimah
sería un buen consorte… ambos sabían que no lo sería nunca.
—Pensar es lo único que me
queda —admitió luego de un largo silencio.
Miró de reojo a su querido
guardián, quien lucía hermoso y majestuoso con media armadura puesta, su espada
meciéndose con cada paso que daba y su largo cabello negro suelto.
Los ojos ónix le vieron con
repentina tristeza, misma que el soldado se obligó a dejar de lado y se
enderezó como si buscara mantenerse rígido alejando lo que sentía. Ocultar sus
sentimientos siempre había sido el trabajo principal de su guardián y general
de la guardia real. Eiríni odiaba verlo de esa manera, pero sabía que no era
fácil para su guardián, así como no lo era para él. Antes de que la necesidad
de hacer una alianza con Zimah, ellos habían sido prometidos y aunque Eiríni
había sido renuente de unir su vida, de alguna manera había logrado entregar
una parte de su alma a ese hombre.
—Lo sé, Eiríni —murmuró
suavemente deteniéndose a su lado. El tono fue íntimo, como lo habían sido
desde hace mucho.
El príncipe hizo una mueca.
—No creo que lo entiendas,
Admes —reclamó sin malicia. —el tiempo pasa y cada vez soy más consciente de lo
que será mi vida, de lo que tendré que aceptar…
Pocos entenderían lo que
estaba a punto de aceptar.
Admes tendría la libertad de
escoger a otro, de elegir quien sentía su compañero o compañera de vida,
mientras que él estaba siendo atado a alguien que solo lo miraba como un
trofeo. El príncipe de hielo, le decían
en los diferentes reinos pues nunca había aceptado ser cotejado con fortunas o
alabanzas, mismo que había provocado el interés del heredero de Zimah.
Se maldecía por tener esa
reputación, pero más por estar dudando. Su deber era claro, siempre lo había
sido y estaba sobre cualquier pensamiento personal, por más doloroso que eso le
resultase a su alma.
—Erin… —lo llamó con el nombre
cariñoso que tantas veces había usado, solo que ahora usaba con un sonido roto
su guardián, haciéndolo cerrar los ojos con fuerza.
Perder a ese hombre le dolía
más de lo que imaginó cuando su padre le dio la noticia, lo había tomado con
frialdad, pero cuando su padre informó a su guardián… Había sentido como una
parte de su pecho se rompió en mil pedazos.
Odiaba el ardor de sus ojos,
el nudo apretando su pecho, pero no había nada que pudiera hacer para cambiar
las cosas.
—Serás feliz —le prometió con
necesidad de curar ese dolor que sabía estaba provocando, pero también
necesitado de darse consuelo.
Admes merecía ser feliz,
merecía tenerlo todo.
—Nunca —rebatió este sin
siquiera mirarle.
Se volvió de lado con
brusquedad, sus labios apretados y sus manos en puño. Odiaba el pensamiento de
que su amante fuera a sufrir en silencio y solo. Admiró su perfil, su piel
nívea más pálida de lo usual gracias a la luz de su diosa. Su mandíbula
apretada, sus hombros rectos y su mano derecha en la empuñadura de su espada.
El metal de su armadura combinaba con su ropa en los tonos azules del reino, lo
único discordante en su apariencia era su largo cabello que bailaba con el
viento.
Admes siempre había sido un
hombre hermoso.
—Tienes que hacerlo —pidió—.
Tienes que ser feliz, encontrar a alguien que pueda estar a tu lado y darte
todo lo que mereces.
Sus palabras sonaban más frías
de lo que deseaba, pero no iba a mantenerlo atado a él, tampoco iba a dejarlo
compadecer en su dolor. Admes era un gran guardián y general, merecía tener la
familia que tanto había soñado. Eiríni quería poder decirle que estando a su
lado hubieran sido felices, pero era consciente de que sus deseos nunca habían
sido esos. Sus deseos estaban en esa profundidad celeste que se extendía a su
vista desde el acantilado. Conocer otros lugares, tener otra clase de
experiencias. Amaba a sus padres y hermanos, pero siempre quiso saber lo que
era estar fuera del hogar. Claro que ahora lo averiguaría de una manera que no
le complacía, pero saldría de las cuatro paredes de su reino para caer en otras,
lejos de su hogar.
Esa era su suerte.
Su tristeza era absurda, pero el
que nunca había deseado quedarse en Visnah para siempre no significaba que no
le doliera como se estaban dando las cosas. Sin embargo, no era algo que
pudiera compartirse a Admes o a alguien, todos lo verían como un desalmado y
desagradecido.
El no ser un ciudadano común
creaba un peso en su mente, así como el amor ciego que sus padres tenían sobre
él más que en sus hermanos. No solo era el peso de las responsabilidades, era
cargar con los deseos de todos y dejar los suyos a un lado.
—Quisiera poder regresar el
tiempo —murmuró volviendo la atención a su pueblo dormido—. De esa manera
hubiéramos contraído nupcias hace años.
Admes sonrió, él no lo estaba
observando, pero podía escucharlo. El pequeño resoplido de una risa suave e
inconforme, de alguien que seguro tardaría mucho en aceptar lo que estaba
pasando con su vida. Claro, que también era de cierta incredibilidad, ambos
sabían que Eiríni nunca había aceptado atarse de manera tan voluble. Admes no
tenía idea de lo difícil que estaba siendo para Eiríni dejarlo fuera de los
sueños de locuras de una vida fuera de Visnah. Estaba seguro de que, si le
decía a su guardián de que deseaba conocer otros lugares, tener aventuras
estúpidas y vivir al límite… Admes le hubiera seguido, fiel y firme, si tan
solo Eiríni lo amase tanto como este lo amaba.
¿Las cosas serían diferentes?
Quien sabe, posiblemente solo hubiera sido más doloroso tener ese final en un
romance de tanto tiempo.
—Las cosas pasan por una
razón, Erin —dijo melancólico y dulce—. Pero hay algo que deseo pedirte, algo
que deseo compartir una vez más antes de nuestra separación…
Eiríni cerró los ojos de
golpe, sintiendo como su cuerpo se erizaba. La presencia de su guardián invadió
su espacio, pudo sentir su respiración acariciar sus mejillas. Ambos eran de la
misma altura, Admes siendo musculoso y pesado, mientras él era delgado y de
cierta manera delicado. Lamió sus labios con nerviosismo cuando sintió las
grandes manos rodear su cintura y cuando fue atraído de golpe contra el otro un
suave quejido escapó de sus labios.
Sus ojos se abrieron al sentir
la respiración de su guardián contra sus labios.
—¿Mi príncipe me daría…?
—dudó, sus ojos negros lo miraban intensamente, buscando la confirmación de sus
deseos.
Eiríni sonrió, alzó una mano
para alejar el cabello rebelde que se agitaba frente al rostro de su dueño.
Quien diría que terminaría completamente conmovido por la dulzura el que fue su
prometido hace poco, el mismo hombre que usaba su espada y su bestia sin compasión, pero que tenía un
enorme corazón hacía su gente.
Un corazón que se le había
declarado hace mucho.
Entregarse en cuerpo y alma
una vez más no sería difícil, puede que no compartiera los mismos deseos de ese
hombre por tener una familia y vivir siempre en Visnah, pero siempre había sido
encantado por la belleza de su guardián. Más que algo sexual, era un deseo
ardiente por ser más que el hombre perfecto que todos esperaban que fuera,
Admes deseaba de él que simplemente fuera un hombre. Lo deseaba por ser él, por
sus ideas ocurrentes o su frialdad repentina, por la crudeza con la que podía
decir las cosas.
Lo deseaba.
—Yo…
Sus palabras fueron cortadas
por el repentino retumbar de unos tambores. Era tanto el silencio que se
hicieron oír como si fueran miles acercándose. Ambos se volvieron y buscaron el
lugar de donde venían haciendo muecas de dolor con cada retumbe. La embarcación
del príncipe de Zimah seguía en el muelle, así como las pequeñas embarcaciones.
Miraron al firmamento, el mar parecía mucho más oscuro de lo usual, nubes
negras empezaron a moverse sobre el cielo.
Eso era raro, demasiado.
—¿Qué es eso? —preguntó cuando
el sonido aumentó lastimando sus oídos.
La luz de las velas empezó a
aparecer en las casas de las orillas, así como a escucharse los pasos de la
guardia real y gritos llamando a los vigilantes. La gente comenzaba a salir de
sus hogares, todos estaba asustados y el sonido de los tambores era demasiado
fuerte haciendo que todos cubrieran sus oídos. Eiríni tenía sus dos manos
contra sus oídos, intentando en vano invocar algo de su magia para silenciar el
espantoso sonido.
—¡No es posible! —el gritó a
su lado lo hizo mirar a su guardián con duda, pero este tenía sus ojos
desorbitados mirando hacia el mar. Ni siquiera cubría sus oídos, su sorpresa
sobrepasada cualquier malestar.
Sorprendido al notarlo temblar
se volvió. Todo su cuerpo se congeló, un escalofrío recorrió su espalda y erizó
su piel. Pequeñas antorchas flotaban desde mar abierto venían hacía ellos,
hacía su capital donde estaba el castillo y los reyes descansaban. Una bruma
oscura parecía moverse sobre el mar al ritmo de los tambores, las llamas se
elevaban con cada retumbo.
Era imposible… pero la razón
por la que habían decidido la unión con Zimah estaba apareciendo antes de la
unión, antes de que el ejército de sus aliados llegara.
—Admes, son…
Admes le miró. Su expresión
mostraba frialdad, pero podía ver el miedo brillando en sus ojos dorados.
—Los malditos…
~0~ ~0~
Los gritos llenaron la capital
cuando todos fueron conscientes de los que estaban llegando a la orilla de su
mar. Muchos corrían, otros impulsaban a sus parejas a correr con sus hijos y aguardaban
para la lucha que sabían se aproximaba. Era la capital del reino y por tanto la
mayoría de su población eran luchadores, hechiceros o bestias en entrenamiento.
Los gritos de la guardia no se
hicieron esperar. La formación de hechiceros corría a sus posiciones. Al mismo
tiempo que los reyes subían a lo más alto de sus torres, donde no solo podían
observar su capital, sino donde podían usar su magia para proteger a su gente.
El rey Cyril se aferró al
borde del barandal, sus ojos pálidos miraban con incredulidad las llamas que
flotaban cada vez más cerca de la orilla. Parecían inofensivas lámparas, pero
todos conocían muy bien las leyendas como para dudar de quien se trataba. La
delicada mano de su esposa se aferró a la suya sobre el metal. El rey la miró
de reojo, notando su miedo como el propio, no habían esperado que llegaran tan
pronto.
Los oráculos habían anunciado
que tardarían al menos un par de semanas antes de llegar, se supone que para
ese momento su hijo estaría lejos. Su heredero estaría seguro y lejos en las
profundas tierras de Zimah donde sería inalcanzable para ellos.
—Debemos… —murmuró la reina
Damaris llena de temor y dolor.
Él asintió y miró a su
espalda, donde se mostraba la firme presencia del príncipe de Zimah, este sabía
la situación desde el inicio y había sido un gran aliado. Había aceptado
llevarse a su hijo lejos, hacerlo feliz, pero sobre todo protegerlo.
—Debes ir por él —pidió
mirándole con suplica—. Debes traer a mi hijo, príncipe Karsten. Yo los
mantendré lejos mientras lo encuentras.
—¡Mi rey! —gritó la reina
sorprendida, pero él la ignoró.
—Debes ponerlo a salvo —rogó—.
Si ellos llegan a tenerlo entre sus garras…
Karsten asintió.
—No se preocupe, majestad —lo
tranquilizó con su mirada purpura llena de convicción—. Traeré a mi prometido y
lo pondré a salvo.
Tras sus últimas palabras se
fue seguido de sus guardias en un mar de túnicas purpuras, así como de los
guerreros bestia más poderosos de
Visnah.
El rey respiró profundo y
regresó a su posición contra el barandal, miró con impotencia la cercanía de
las llamas, pero antes de empezar con su conjuro miró a su esposa. Ella lloraba
silenciosa, aferrándose a su manga, desesperada. La tomó entre sus brazos y
beso su frente, ella sollozó.
—Mi rey… por favor…
Él negó.
—Nuestro hijo puede ser la
salvación o la maldición de nuestros reinos —explicó con calma—, pero sobre
todo… es nuestro primer hijo, la luz de mis ojos… no voy a permitir que ellos
se lo lleven.
Sus palabras estaban cargadas
de dolor y amor.
Ella alzó su mirada, sus ojos
rojos le miraron con adoración y dolor mientras asentía. Tenían tres hijos,
pero entre ellos era Eiríni quien más los había necesitado, había sido un bebé
al borde de la muerte, resistiendo la niñez apenas, hasta convertirse en ese
hombre joven con la presencia y poder que era actualmente. Pero el rey siempre
tendría el recuerdo de tener a su hijo muriendo en sus brazos, aquel niño por
el que luchó para tenerle con vida.
—No permitiré que se lo lleven
—prometió.
Ella sintió con fuerza.
—Nadie se llevará a nuestro
hijo, no lo permitiremos —aceptó ella con su voz firme.
El resto de consejeros se
formó al lado de sus reyes, sus manos a la altura de su pecho mientras
invocaban su magia.
La reina se detuvo al lado de
su esposo, ambos viendo el terrible horizonte lleno de bruma oscura. Los ojos
del rey se llenaron de chispas blancas, mientras los de la reina se tornaban
rojo escarlata.
Sus manos entrelazadas y una
sola convicción.
Felicidades Cele, maravilloso primer capítulo, uff me huele mal ese final, me da que se llevan a su hijo, que lástima, muchos besos y a esperar el siguiente.
ResponderEliminarHola CELE❤!!!
ResponderEliminarQue lastima lo del concurso , pero lo 1ro son los estudios, Muchas Gracias x el 1 capi del libro , ya senti pena x Erin y x Admes😢 , y que tremendo 1er capitulo! Ya ansio el siguiente😊.
Feliz finde.
Besos😘❤💋💋💋💋💋
Gracias Celeste
ResponderEliminarMuchas Gracias
ResponderEliminarMaravilloso primer capítulo y dejandonos con la intriga para esperar ansiosamente el segundo! Mil gracias Celeste!
ResponderEliminarLa historia se lee muy interesante Celeste gracias por compartir este capi ok kisses
ResponderEliminarGracias por el primer capitulo del futiro libro
ResponderEliminarHola, yo recién me entero 😭 gracias por el capítulo
ResponderEliminargracias por el capítulo y feliz navidad, besos. bye
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